lunes, 29 de octubre de 2007




El Maltrato infantil en Chile: un problema cultural.
En nuestro país el maltrato infantil se debe a un problema cultural, toda vez que el uso de la fuerza física en relación al castigo infantil, es un elemento central en la cultura chilena. El uso de la fuerza física en la socialización del niño es usualmente aceptada como una forma de disciplina. Es un patrón cultural que se da en la mayoría de los grupos y que se transmite de generación en generación. Lo anterior se ve graficado en el siguiente relato de una madre:
“....mi padre me agarraba a palos a mi cuando era chiquitita y me daba y yo lo más bien que salí derechita. Así que, ¿porqué no me va a resultar a mi también?....”
[1]

Por otra parte, existe una pauta cultural del maltrato asociada al machismo, donde el hombre puede maltratar a su mujer e hijos según le parezca. La fuerza física también es utilizada en familias de diferentes estratos y grupos étnicos, caracterizándose por tener la fuerza una pauta social bastante generalizada. En nuestro país existe un sistema de valores que legitiman el maltrato infantil en mayor o menor grado. En general hay una cultura de tipo patriarcal machista donde se acepta principalmente la agresividad masculina a todo nivel. A modo de ejemplo en la siguiente transcripción un padre opina que:
“si él se lo merece lo golpeo, hasta cansarme, nadie me va a entregar ideas para tratar a mi hijo, yo soy el padre y lo trato como quiero; los golpes enseñan....... es la única forma que entiendan...”
[2]
La violencia intrafamiliar, y especialmente la violencia hacia los niños al interior de las familias chilenas ha existido siempre y se ha transformado en parte de nuestra cultura. El maltrato infantil en Chile ha existido siempre, pero su erradicación no pasa por dictar nuevas leyes o crear comisiones de estudio para buscar las causas, sino porque la sociedad tome verdadera conciencia sobre este problema, que es cultural. La solución no está en manos del Gobierno, sino en el seno de la familia, en las instituciones y organizaciones que trabajan con ella.
En el año 1996 Soledad Alvear, en ese entonces Ministra de Justicia, señaló que a raíz de este problema se implementaría un servicio especializado, con más abogados, para tratar el maltrato infantil de forma tal que “los culpables reciban el castigo que se merecen”. Sin embargo, para el psicólogo Beltrán Stigmo Camus, esta solución “no es la más adecuada para disminuir el maltrato a los niños. La experiencia muestra que la gran mayoría de los menores afectados sufren castigos de sus padres porque no reconocen otra forma de resolver los conflictos con sus hijos”
[3]. Los padres en vez de ser castigados necesitan aprender mejores formas de criar a sus hijos sin hacer uso de la violencia, y dejar de lado el viejo lema de que en la educación “la letra con sangre entra”. El mismo sicólogo señala que “ si en este tema seguimos funcionando con la lógica del castigo y de la criminalidad, no hacemos más que perpetuar la violencia al interior de la familia”[4]. En este sentido, al ser un problema cultural, su erradicación de la sociedad no se debe hacer mediante el establecimiento de nuevas leyes, sino con una reorientación de la familia.
No podemos dejar pasar la siguiente idea. En nuestra sociedad chilena actual existe una alta agresividad debido al abrupto desarrollo alcanzado en tan corto tiempo, donde la competitividad y el nivel de estrés se apoderan de los padres, quienes buscan acceder a los beneficios materiales de este desarrollo. Así las parejas de hoy viven bajo la presión y la vuelcan con violencia hacia los más débiles: mujeres y niños. Los adultos y particularmente los padres de hoy, no tienen paciencia con los menores, no saben tratarlos, no los comprenden.
El problema del maltrato infantil es de cultura y educación, ya que en la educación recibida por los padres muchos de ellos fueron severamente castigados y golpeados cuando pequeños, y por tanto, es lógico y natural para ellos golpear a los niños o la mujer si éstos no cumplen los requerimientos de los adultos o de su marido.
Al ser un problema cultural, está por sobre las leyes y lo que hay que hacer es crear conciencia en los padres de familia en el sentido de cómo deben tratar a sus hijos, desde cómo quererlos mucho y cómo corregirlos. La forma de superar este problema, que involucra a toda la sociedad, es aunar los esfuerzos de todos los actores sociales: el Estado, los particulares, las universidades y el mundo de la cultura. Pero cabe tener presente que costara mucho erradicar la violencia y maltrato, ya que están muy arraigados en la familia.
El tema del maltrato infantil y su invisibilidad debe ser abordado desde un enfoque cultural dejando de la lado propuestas de tipo explicativo causales, como el modelo psicológico o social, y de esa forma poder entregar elementos útiles al debate de esta problemática social.
Un factor que esta incidiendo en el maltrato infantil, desde la perspectiva cultural, es el cambio radical en los procesos de socialización de los hijos. Es en la infancia donde comienza el proceso de aprendizaje de roles, normas y sistemas de creencias que son transmitidos de generación en generación, jugando un rol inicialmente determinante la familia, luego el colegio y posteriormente los más diversos agentes de socialización como los grupos de pares, los medios de comunicación, etc. En este sentido, Berger y Luckman señalan que lo que “se le dice a u niño en su familia en los primeros años es para él la realidad tanto objetiva como subjetiva
[5].
En la actualidad se esta produciendo un cambio a tal velocidad y contenido, que ni los propios padres son capaces de percibir y menos adaptarse. La socialización tiende cada vez más a producirse por medio de la relación con los medios de comunicación y particularmente la televisión. La masa de información que maneja un niño sobre determinados temas puede llegar a ser mayor que la de sus padres. En efecto, cada vez se introduce con mayor fuerza el video-juego y el educativo donde el niño aprende a interactuar con algo que le exige habilidad y cierta inteligencia; la paulatina extensión del computador a la sala de clases y su enseñanza lleva de la mano el aprendizaje de las opciones. El computador no es autoritario ni castigador, por el contrario abre la información, presenta opciones de acción donde uno se hace responsable de la decisión que toma.
Por tanto, mientras en la familia se mantienen las pautas tradicionales de socialización de carácter jerárquico-autoritarias, los niños van encontrándose con un mundo lleno de alternativas posibles. Mientras todo apunta a una desestandarización, la familia repite códigos estandarizados de socialización que ya no funcionan y que los hijos saben que no funcionan ni con sus propios padres.
A medida que aumenta la incomprensión por parte de los adultos del sentido que tiene el vivir en sociedad para los niños, aumenta también el maltrato hacia éstos. Es por esto que, desde una perspectiva cultural, hay que asumir que los nuevos símbolos, los nuevos códigos comunicacionales y las nuevas formas que asume la construcción de cultura está aumentando la brecha generacional: “no se habla de lo mismo o si se hace no se entiende lo mismo; el sentido es distinto, para los protagonistas del diálogo, generándose las condiciones de la incomprensión del otro y con ella-si es necesario-el uso del poder por parte del más fuerte para imponer sus propios significados y sentidos al interior de la familia”
[6].
El maltrato infantil se da en todos los estratos sociales de nuestro país. Ya hemos visto que puede ser tanto por medios de golpes como por retos hirientes. Pero lo que ha de tenerse presente, es que cada uno de estos malos tratos lleva una sola marca, la del desconocimiento total al derecho que tienen los niños a ser considerados como sujetos sociales, que interactúan en igualdad de condiciones con sus adultos, en tanto son, sujetos de derecho.
Jorge Barudy plantea que en la situación de maltrato opera un proceso de cosificación del niño, producto de la alteración de la función simbólica del padre y la madre, que buscan saldar cuentas con su propia historia o usan a los niños como chivo expiatorio de las situaciones de crisis. La familia puede cosificar al hijo en dos situaciones: cuando el maltrato es expresión de una crisis en su ciclo vital o porque constituye una forma de conducta heredada socialmente. En ambos casos operan, además de los factores psicológicos, condicionantes relacionadas con el medio ambiente sociocultural en que cada familia se desenvuelve y la forma especifica de relacionarse con el niño.
En la mayoría de los casos de maltrato físico sobre niños no se produce por psicopatías paternas, sino que existe una lógica que incorpora componentes socioculturales, tales como la forma y valoración que se tiene del hijo, el rol que se le asigna en el seno de la familia y ante la escuela y el resto de la red de relaciones.
Como ocurre con los actos violentos contra las mujeres, los malos tratos a los niños son perpetrados fundamentalmente en al ámbito familiar. Subyace a este realidad una cuestión valórica (cultural) que está presente en todos los episodios de violencia domestica que puede resumirse de la siguiente forma: “se maltrata a los niños, porque se puede, y se puede porque la fuerza física de quien lo hace se lo permite y porque la sociedad lo tolera y hasta lo fomenta”. Es común escuchar frases como “ mi hijo es mió y lo que hago con él es cosa mía”, “en mi casa nadie tiene que intervenir, mi padre me pegaba y así aprendí a ser una persona de bien”, “una bofeteada a tiempo es educativa”. Estas frases son manifestaciones de una situación considerada normal hasta hace poco tiempo y, aunque se ha iniciado un proceso de cambio significativo, todavía está demasiado presente en nuestra sociedad la convicción de que pegarle a un hijo es algo normal y hasta aconsejable.
Desde otro punto de vista, la violencia puede bien ser una forma de compensación en un sistema determinado por la reciprocidad. Ejemplifiquemos lo anterior: nosotros, padres, trabajamos, nos sacrificamos por alimentarte, vestirte, cuidarte, educarte y tú en cambio nos debes pagar con respeto, acatamiento, rendimiento escolar y obediencia, es decir, pagar, retribuir con otra moneda; aunque ésta sea el paulatino anulamiento de la propia identidad. Si el hijo no paga con lo esperado hay una ruptura del ciclo de prestaciones mutuas, lo que pasa a ser una ofensa que requiere de un acto de compensación.
Así las cosas, podríamos interrogarnos sobre cómo opera el mecanismo de la reciprocidad en una cultura como la Chilena. Qué le exigen los padres a sus hijos; con que motivaciones lo hacen y con qué sentido. Pero a su vez habría que preguntar a los propios niños que significado le dan a esas exigencias, pues tienen el derecho no sólo a dar una opinión, sino también a querer construirse como individuos, sobre la base de la libertad de decidir; de tener la posibilidad de escoger entre alternativas.
Nuestro país esta viviendo un proceso de transición cultural, en el sentido de que el conjunto de componentes ideacionales, institucionales y materiales de gran variedad en nuestra sociedad y que conforman una suerte de cultura que nos identifica como chilenos, está cambiando. Nadie sabe para dónde, ni por supuesto con que resultados. No obstante que estamos inmersos en una sociedad con signos de cambios culturales que nos deben impulsar a una nueva forma de relación entre las personas y de éstas con sus instituciones, sigue predominando una cultura que impone patrones de conducta que permiten y justifican la violencia y maltrato hacia los mas débiles: los niños de nuestro país. Pero además, una cultura que se esmera en hacer invisibles a esos pequeños integrantes de las familias chilenas, desconociendo que son sujetos de derechos que merecen ser respetados como cualquier adulto. Desde distintas instituciones se intenta la invisibilidad de la identidad del niño, y se hacen visibles solo los fragmentos de su presencia. Es niño en tanto escolar para el sistema educacional, es niño en tanto recién nacido, es niño en tanto infractor de ley, para el sistema de justicia. Sin embargo, ante esto cabe preguntarse ¿dónde está el niño en tanto sujeto pleno de derechos, como lo reconoce la Convención de los derechos del Niño? Solo cabe responder que vivimos en una sociedad que se encarga de mantener esta realidad en las tinieblas.
Las familias chilenas se resisten al cambio, y para ello intentan imponer un “deber ser” que no se condice con el espíritu de los derechos que todo niño tiene en tanto sujeto social al interior de una familia. En consecuencia, y a modo de conclusión, debe afirmarse que es fundamental reparar en aspectos valóricos del acerbo cultural para afrontar, con expectativas de éxito, cualquier análisis e intervención sobre esta grave problemática

[1]Revista Enfoque, articulo “el castigo”, año 5 nº1 abril 1990, pagina 38-39.
[2]Cristian Lira, Carmen Cervantes, “el maltrato infantil”, Servicio Nacional de Menores, Dirección Nacional, Centro de documentación, pagina 31.
[3]David Valenzuela, “Maltrato infantil: estigma nacional, Revista Ercilla Nº3036, Julio 1 1996, pagina 49.
[4]David Valenzuela, “Maltrato infantil: estigma nacional, Revista Ercilla Nº3036, Julio 1 1996, pagina 49.

[5]Cuaderno de trabajo nº2 “el maltrato a niños y jóvenes desde un enfoque cultural”, Osvaldo Torres, presidente ACHNU, panel maltrato y la invisibilidad del otro, ponencia en seminario contigo igual del centro ideas, República de Chile, Ministerio de Justicia, Servicio Nacional de Menores, Dpto de Planificación y Evaluación, pagina 5.
[6]Cuaderno de trabajo nº2 “el maltrato a niños y jóvenes desde un enfoque cultural”, Osvaldo Torres, presidente ACHNU, panel maltrato y la invisibilidad del otro, ponencia en seminario contigo igual del centro ideas, República de Chile, Ministerio de Justicia, Servicio Nacional de Menores, Dpto de Planificación y Evaluación, pagina 9.

sábado, 27 de octubre de 2007

Artìculo de Opiniòn


JUZGADO DE FAMILIA ¿PANACEA ESPERADA?

El nuevo procedimiento judicial en el ámbito del derecho de familia fue, sin lugar a dudas, una de las reformas más esperadas tanto por los juristas como por la ciudadanía en general. Se pensó que ésta “innovadora reforma” vendría a solucionar la totalidad de los vicios existentes en el viejo procedimiento aplicable al derecho de familia.
Desde el momento en que comenzó el funcionamiento de los Tribunales de Familia se han planteado varias interrogantes en cuanto a su real eficiencia. Con el tiempo transcurrido a la fecha, ya contamos con cifras y datos estadísticos más que suficientes para hacer una evaluación de la aplicación de la nueva legislación. Las cifras con las que contamos son elocuentes.
Cabe preguntarse, ¿es acaso el tribunal de Familia quien ha errado en su cometido o son los propulsores quienes en forma apresurada han implementado un sistema judicial deficiente?
La responsabilidad recae directamente en la clase política que por una razón de urgencia electoral aprobaron en forma apresurada la implementación del nuevo sistema. El sistema desde el punto de vista procesal es bueno, pero los estudios de una correcta implementación fueron muy poco profesionales, lo que se ha tornado, en la práctica, en desmedro tanto de las personas usuarias como de los abogados que tramitan familia.
Es verdad, que toda reforma de tal magnitud, acarrea en forma inevitable una serie de problemas que se van corrigiendo en el camino, pero en este caso, los problemas exceden con creces cualquier forma de corrección, salvo una que sea de gran relevancia.
¿Cuáles son este tipo de problemas que han desprestigiado el sistema implementado?. Para responder la interrogante planteada, voy a tomar como base la situación actual del Juzgado de Familia de Colina.
Uno de los primeros problemas que se han generado con el funcionamiento de los nuevos tribunales de familia, es sin duda, el colapso en el numero de causas que ingresan mensualmente. Lo anterior, y pese a las buenas intenciones de los funcionarios de cada tribunal, ha hecho que el sistema no sea eficiente como mecanismo de solución de conflictos, generando en el población un descontento insoslayable.
En efecto, basta dar una mirada a las cifras disponibles para llegar a tal conclusión. El tribunal comienza a funcionar en octubre del año 2005, ingresando un total de 981 causas. Cabe destacar, que la etapa en la cual el sistema funciono correctamente, cumpliendo las expectativas, fue precisamente en el año 2005. ¿Razón? El numero de causas ingresadas en el año 2005 fue baja, permitiendo a los funcionarios del tribunal cumplir adecuadamente su labor. Al año 2006, la cifra aumenta considerablemente, llegando a ver una cantidad de 4.379 ingresos. Al año 2007, incluido el mes septiembre, van ya 3.655 ingresos, siendo más que esperable que la cifra al cabo del presente año supere altamente la cifra anual de causas del año 2006. El numero de causas judicializadas vigentes en el tribunal deben ser relacionadas con el numero de causas terminadas. En el año 2005, el numero de causas terminadas fue de 150. En el año 2006, un total de 1.197. En el presente año, hasta el mes de Septiembre incluido, han sido terminadas 1.256 causas.
Las cifras transcritas no han sido inventadas por quien suscribe, sino que han sido entregadas por los propios funcionarios del juzgado de familia de colina, objeto de análisis de este articulo.
Es posible apreciar que el numero total de causas vigentes en la actualidad-descontadas las terminadas-, al cabo de 3 años de funcionamiento del sistema, es excesivamente alta para la real capacidad y recursos con que cuenta el tribunal de familia en la actualidad. Lo anterior, ha llevado a que la tan esperada y divulgada rapidez con que serían resueltos los conflictos en materia de derecho familia, no sea más que un sueño efímero lejano de ser hecho realidad.
Un segundo problema que se ha presentado a raíz de la nueva legislación es aquella que dice relación con la forma en que los particulares pueden iniciar el procedimiento en las distintas materias de derecho de familia. Me refiero, a que en virtud de la nueva ley que creo los tribunales de familia, se ha implementado la posibilidad demandar sin la asesoría de Letrado, lo que hace engorrosa la tramitación de las causas, toda vez que la mayoría de estas deben complementarse o derechamente rehacerse, dilatando aun más la resolución de los conflictos.
Las cifras con que cuenta el Juzgado de Familia de Colina en este aspecto son elocuentes. A saber, del total de causas ingresas en el tribunal, el porcentaje de demandas espontáneas alcaza a un 40%, mientras que la cantidad de demandas asistidas por letrados llega sólo a un 17% del total. A lo anterior, cabe agregar el alto porcentaje (27%) de demandas iniciadas por requerimientos o denuncias ante Carabineros. Existe en la actualidad un proyecto de reforma que intenta precisamente solucionar este problema que ha hecho engorroso en demasía el procedimiento. Está de más decir que dicho proyecto de reforma, al igual que un sin número de otros, descansa eternamente en nuestro “Honorable Congreso”, mientras jueces, abogados de la CAJ, y la ciudadanía en general, seguimos esperando, que una vez por toda se corrija un procedimiento que permita ser un real mecanismo de resolución de conflictos, sobre todo en el ámbito del derecho de familia, dado los interés involucrados de por medio.